A lo largo de la historia de la humanidad los metales preciosos, sobre todo el oro, han levantado pasiones por su belleza y sus propiedades. ¿Quién no conoce la historia del rey ostentoso y Arquímedes que descubrió el fraude gracias a su conocido <<Principio de Arquímedes>>? En cierto modo el ser humano ha adorado los metales preciosos y es por eso que desde el principio de la humanidad, se ha intentado “imitarlos” o incluso “convertir” materiales en esos deseados, sobre todo el oro, el gran triunfante social y económicamente. Y en esta última palabra, <<económicamente>> es donde radica la inversión y el porqué invertir en algo “inerte”, sin “uso práctico” y su importancia.
Los metales preciosos, con especial mención al oro, tienen una importante función, preservar el patrimonio, ser el “apoyo” de la economía durante las crisis donde otros valores o índices como el petróleo, el valor de la moneda entre otros, sufren desgaste o caídas abruptas. De todos los metales preciosos, el más importante por sus cualidades económicas, es el oro, valor refugio por excelencia durante siglos y de importante peso en la cartera de valores de un buen inversionista, porque el oro, siempre vale dinero, más o menos, pero vale dinero. Es un metal tan importante, que hasta hace poco el gigante norteamericano, Estados Unidos, respaldaba cada dólar que emitía con oro, dotándolo de fuerza y protección frente a posibles crisis.
¿Y por qué en los metales preciosos no hay inflacción como sí ocurre con la “moneda”? Por una de las características mencionadas, son limitados y todo lo limitado, todo lo que “no se puede crear más” coge un valor que variará su precio según oferta y demanda, pero nunca llegando a costar ‘nada’, siempre tendrán un valor y debido a que cada vez son más escasos, ese valor es alto y es la mejor forma de preservar lo que tanto cuesta conseguir, nuestro patrimonio.